Cómic Chi 06

El Viaje de Chi

Las cuatro paredes de mi buhardilla en el centro de Tokio se sentían como los barrotes de una prisión de la que no sabía salir ¿Cómo he llegado a este punto? —me preguntaba— ¿Alguien me lo puede explicar? O, bueno, lo que deseaba con todas mis fuerzas era que alguien me explicara cómo demonios salir de allí. No de aquella casa, no, como salir de una vida que empezaba a odiar y que no sentía como mía, y eso que era un Maneki-neko o gato de la fortuna el país de los gatos.

Mi hogar, que un día creí que me daría respiro e independencia eternas, me asfixiaba. Me costaba mantenerlo ordenado, con documentos del trabajo por todas partes, las tareas de la casa por hacer, interminables notificaciones saltando en las pantallas de dispositivos que no podía dejar de mirar; me faltaba tiempo para todo, y no sabía en qué lo gastaba. Parecía que se esfumaba por alguna de las cañerías por las que en días de poniente ascendía el olor de lo que sentía que era mi vida en ese momento. Era como estar atrapado en una rueda, que giraba y giraba sin descanso y que volvía al mismo momento.

En ocasiones, en un momento de desesperación, no salía de casa en varios días, me quedaba secuestrado en la cama viendo series con la esperanza de salir de allí y que los problemas hubieran sido engullidos por la pestilente cañería… Pero eso, no nos engañemos, nunca sucedía, ni sucedería.

Pero hubo una vez, en un día lluvioso como otro cualquiera, en el que salí a dar un paseo sin rumbo, en uno de esos momentos en los que no podía más. Quizá en busca de alguna aventura, o quizá dándole tiempo al tiempo antes de llegar a casa para encerrarme de nuevo, con la esperanza de que sucediera algo que cambiara mi destino. 

Mientras paseaba por una estrecha calle, en una vitrina cerca al restaurante de comida china al que iba los jueves por un arroz tres delicias y un rollito de primavera con salsa agridulce, me encontré con un hámster que no dejaba de observarme sentado encima de una mesa de madera, como si estuviera pensando cuál era la mejor forma de atracarme en ese momento. 

Su sonrisa, algo desconcertante, y su túnica de monje de Shaolin, le hacían el candidato perfecto para ser el protagonista de una fiesta de disfraces, pero allí no había nadie a parte de mí y de ese personaje, que, estaba convencido, iba a saltar sobre mí para roerme la mano y descubrir que no llevaba ni un céntimo encima…

Vine a buscarte, Chi. —me dijo con una voz clara y honda—. Es hora de emprender el largo viaje.

—¿A mí? —le dije, desconcertado— Perdona, pero ¿te conozco?, ¿quién eres tú?.

Sin perder su serenidad, el hámster me miró fijamente. 

—Esa es una muy buena pregunta, ¿quién eres tú?

—Disculpa, amigo mío —dijo el hámster—, me presentaré.  ¡Soy Maní, el sabio Maní! 

—¿El sabio? —no sabía si estar tranquilo porque aquel personaje parecía inofensivo y no me iba a atracar, o tenía que salir corriendo para salvar la vida.

—Ya sé que no me recuerdas, pero esa historia te la contaré otro día. He venido a recordarte tu misión, tu compromiso contigo mismo.  

Estaba claro que se había comido algunas gyozas en mal estado, porque en mi vida había visto a aquel sujeto ¡Me acordaría perfectamente! Aunque, debo reconocer que me causó curiosidad… A qué se refería con un compromiso conmigo mismo.

—¿A qué compromiso te refieres? —dije.

—Te comprometiste a recuperar tu atención —dijo con entusiasmo mientras me entregaba un viejo papel enrollado sobre sí mismo—. Aquí tienes el mapa, ¡tienes que salir inmediatamente! ¡Inmediatamente! ¡No tienes tiempo que perder!

Desenrollé la hoja y me encontré con un mapa dibujado y una inscripción en la parte superior:  En un lugar, más allá del lago oscuro, atravesando el bosque mágico, encontrarás la puerta Tori, allí se encuentra el paso sagrado que lleva a El Santuario. Cuando llegues allí entenderás lo que tantas veces te has preguntado.

Cuando volví a mirar al frente para preguntarle al hámster qué significaba lo de recuperar mi atención, él ya no estaba allí.

Es curioso, podría habérmelo tomado como la broma de algún loco aburrido de la ciudad, Tokio está lleno de gente extraña, que tenía ganas de jugar a ser el maestro oriental de turno. Pero en aquel viejo papel, en uno de sus laterales, de forma inconfundible, se encontraba mi firma, y eso hizo que me estallara la cabeza.

Pasaron unos días hasta que decidí salir con el mapa a entender qué significaba todo aquello. No pude dormir, ni concentrarme en las tareas en las que se tiene que concentrar un Maneki-neko de la fortuna. En todo momento aparecía delante de mí la imagen del mapa, del pequeño hámster y el mensaje de recuperar mi atención. ¿Cuándo había tomado esa decisión? ¿Cuándo había firmado ese mapa? Eran respuestas que quería resolver.

No reconocí la orografía del mapa, pero sí que sabía cuál era el lugar desde donde comenzaban las indicaciones, un bosque a unas horas en coche de la ciudad. Recorrí durante todo el día los senderos del bosque, me adentré más allá de toda lógica, sabiendo que si intentaba regresar la noche caería sobre mí. Busqué refugio en pequeñas cuevas, y me alimenté durante días de los frutos que encontraba en el camino. Fue duro, pero no paré de caminar, siempre avanzando. 

Una mañana, después de una gran tormenta, pude divisar el gran lago oscuro. No había duda, había llegado a una de las indicaciones del mapa. El lago, en forma de círculo, parecía que no tenía fondo. Empecé a caminar hacia él y se me hizo bastante pesado llegar hasta su orilla. Parecía que estaba más cerca en la distancia —pensé al llegar.

En la orilla había una barca, y como ya no me sorprendía nada dí por hecho que estaba esperándome a mí, total, ¿qué podía pasarme allí?, parecía un lugar tranquilo, y no parecía que fuera a saltar sobre mí un pez gigante o algo por el estilo.

Empecé a remar y me di cuenta de lo poco en forma que estaba. Resoplando y sudoroso, tampoco podía quejarme, no hacía ejercicio desde hacía años. Cualquier movimiento en falso podría hundirme en el agua, así que remé con mucha precaución. Pasaron las horas y el cansancio empezaba a agobiarme, no había forma de acercarme al otro lado. Llegaba el atardecer y todavía me quedaba un buen trozo por recorrer.

En un momento dado dejé de remar y me agarré con fuerza porque la barca empezó a tambalearse como lo hacen las atracciones de feria. Al mismo tiempo salió del agua la cabeza de un gran pez dorado de largas barbas, más grande que la propia barca. Mis ojos no podían estar más abiertos. 

—Por fin has venido a verme, Chi, viejo amigo. —dijo como si me conociera de toda la vida—. ¿Qué es de ti, cómo va la fortuna por el templo? 

Ya estábamos otra vez con lo mismo, yo no recordaba de ninguna forma a este pescado gigante y barbudo, igual que no recordaba al hámster shaolin, y ambos se comportaban conmigo de una forma tan natural, que a ver quién dudaba de que eran grandes amigos.

—Vas en busca de tu atención, ¿verdad? —siguió diciendo—. Me consta que hace tiempo que te está esperando, ¡se alegrará mucho de reencontrarse contigo! 

Cuando lo escuché, lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza y mover mis bigotes de gato en señal de amistad. El pez dorado esperó mi reacción y cómo me vio inmobil tomó la iniciativa.

—No sé sí recuerdas la prueba del lago —dijo—. Pero tienes que zambullirte en el agua del lago oscuro y tocar fondo. 

—¿El fondo del lago oscuro —dije muerto de miedo—, pero si eso serán por lo menos mil metros? 

El pez barbudo se río a carcajadas.

—No tanto amigo, no tanto.

El pez removió el agua de alrededor de la barca haciendo que perdiera el equilibrio para caer al lago. El miedo me removió las tripas. No sabía qué hacía allí.

—¡Vamos! Yo te acompañaré. ¡Tienes que tocar fondo!

En ese momento algo hizo un chasquido en mi interior, ¿no había tocado ya fondo en mi vida? —pensé—. ¿Qué más podía pasar a partir de aquí? si se acaban mis días en el fondo del lago oscuro, al menos habría vivido una gran aventura.

Respiré profundamente y me sumergí. Sin perder tiempo el pez barbudo pasó por mi lado a toda velocidad invitándome a que me agarrara con fuerza a sus barbas doradas, y empezamos un veloz descenso hacia las profundidades de la oscuridad.

Mientras descendía pasaron por mi mente todo tipo de recuerdos oscuros, una vida que yo no había elegido, la cobardía de no tomar acción, la ira del que no se atreve a dejar ir lo que ya no es para él… 

Tantas cosas pasaron por mi cabeza, que perdí la noción del tiempo. El pez dorado empezó a reírse de nuevo y se encendió como el sol.

—¡Hemos llegado! —dijo—. ¡Lo has conseguido!

Pude descender hasta el fondo del lago oscuro, tocar su fango y mirar hacia la superficie del lago en lo alto. A partir de ese momento, ya todo era ascender hacia la luz.

Me despedí del pez dorado en la otra orilla, agradeciéndole que me hubiera impulsado hacia un valor y una fuerza que no recordaba. 

Y seguí caminando por el sendero que se alejaba del lago oscuro en dirección al bosque mágico. Pasé días muy interesantes observando la naturaleza, en completo silencio, identificándome con ella y sabiendo que estaba haciendo lo correcto por primera vez en mucho tiempo, si es que no era la primera vez.

La vegetación empezó a cambiar y poco a poco me encontré al borde de un denso bosque, diferente a lo anterior, más frondoso y con una ligera bruma que no permitía ver más allá de unas docenas de metros, aunque se escuchaba una vida intensa en aquel lugar gracias al crujir de las ramas o al canto de los pájaros. 

Llevaba ya un tiempo considerable haciéndome paso por un sendero, el único que existía, que cada vez me lo estaba poniendo más difícil. El bosque se hacía cada vez más oscuro y más denso y, como era de esperar, la noche empezaba a caer, y con ella el cielo más estrellado que jamás había contemplado.

Esa noche elegí el abrigo de un viejo roble para descansar. Y justo cuando iba a quedarme dormido, aparecieron unas esferas anaranjadas y blancas que empezaron a flotar delante de mí. Eran como candiles, con movimientos muy suaves se estaban posicionando de una forma concreta y descubrí, poco tiempo después, que estaban dibujando un camino.

Mi instinto me dijo que debía seguirles, y eso hice, después de todo el instinto de los gatos se supone que suele acertar ¿no? Al cabo de un rato caminando a través de este espectáculo de luces, se abrió un claro en el bosque. La última de las esferas se detuvo delante de mí y se transformó en un gran ciervo.

—Bienvenido al bosque mágico, querido Chi —dijo el ciervo, después de hacerme una reverencia a modo de saludo—. Soy el espíritu guardián de este bosque. Supongo que estarás cansado de este largo viaje, y que quieres respuestas a tu aventura.

—Hola espíritu del bosque —dije, haciendo la misma reverencia—. Sí, ahora sé que he llegado hasta aquí para encontrar respuestas. No quiero irme sin ellas.

—Ven, sígueme —dijo el ciervo, y se giró para seguir caminando hasta lo que ya se adivinaba como la aurora de un nuevo día.

La luz del amanecer era cada vez más intensa. El bosque quedó atrás en un momento, y pude contemplar el paisaje más espectacular que había visto en mis siete vidas.

El espíritu de la naturaleza contempló también el paisaje, se giró y me dijo después de un momento de silencio compartido.

—Felicidades, querido Chi. Has recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. Has vencido miedos y barreras y, habiendo empezado el camino, podrás seguir tu proceso al otro lado de esta puerta Torii, la puerta sagrada de mis ancestros. 

Ahora entendía a qué se refería el ciervo, y a que se referían el resto de maestros que habían pasado por mi vida, no sólo los de esta historia. En este nuevo amanecer todo parecía más claro, más ligero.

Hubo un largo silencio, parecía que ya no hacía falta hablar demasiado para entender lo que había que entender. Le dí las gracias con una reverencia que me devolvió, y desapareció en el bosque mágico.

Yo seguí mi camino hacia la puerta Torii. Atravesé la puerta sagrada y allí encontré el santuario. El viaje había sido desafiante, pero había llegado al lugar que me correspondía. Ahora, tocaba hacer lo que había venido a hacer.

 Estuve muchos años aprendiendo en El Santuario, encontré mi atención y me acompañó en un viaje interior que todavía continúa. Hoy soy el responsable de que este santuario esté bien cuidado y el guía de quien entre en este lugar, para que tenga todo lo necesario para continuar su camino como lo hice yo en su día.

Soy Chi, un Maneki-neko o gato de la fortuna nacido en un templo de Tokio, y estoy aquí y ahora para acompañarte en tu camino de autoconocimiento el tiempo que desees. Desde El Santuario no ofrecemos otra cosa que un camino que caminar en el que podrás ir aprendiendo a conocerte, nada más, no esperes grandes promesas o fórmulas mágicas, no esperes gurús que lo saben todo o métodos milagrosos. Lo único que se ofrece aquí es una guía en tu gran aventura para conocerte a ti mismo.

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